Yo la abrazaré bien fuerte y me la
llevaré conmigo, recuerda
Manuela haber pensado cuando la encontró bajo el fregadero.
Los zapatos le aprietan los pies, está cansada.
Cansada de lavar la ropa de otros, de limpiar la mierda de otros. Al llegar a
su estación, en el andén atestado de gente, una mujer con abrigo de pieles le
dirige una mirada de desprecio. De pronto se escucha un disparo. El visón,
chorreando sangre, cae al suelo provocando un tumulto. Manuela aprieta la
pistola, aún caliente, contra su pecho. Uno de estos días la devolveré, murmura
mientras los gritos resuenan en el andén.